jueves, 14 de agosto de 2008

El Viaje del Corazón


Capítulo I
A la deriva…

Cierra los ojos. Imagínate un pequeño botecillo blanco en medio de un inmenso mar azul. Ahora mira a tu alrededor y busca tierra; no hay… vuelve la mirada a aquella navecilla que se balancea como una hoja en el viento, ahí una vela se abre como una flor; pálida, traslucida, como queriendo ser arrebatada por el viento.

Dentro, una figura se recuesta mirando el agua; con una mano se aferra al borde y con la otra sujeta una cuerda de pescar. El día es silencioso y solo se escucha el viento en la vela y los golpecitos del mar en el casco. Parece que el tiempo se detiene, y las nubes pasan ocultando el sol de vez en cuando. No hay necesidad de ir a ninguna parte, no hay prisa, tampoco razón aparente. Solo las millas que la pobre velilla se come unas cuantas veces al día. Parece que una gentil mirada al mar; el sol, el viento y el agua salada, no son caricias gratas para aquel hombrecillo a la deriva.

Aún más a la deriva estaban sus pensamientos y su mirada absorta en aquel horizonte interminable. Lo más probable es morir, y aunque quisiera robarle una oportunidad a la vida. ¿Qué caso habría? Sólo alargaría esta agonía, la que llevaba por dentro desde que sus pies zarparon a la aventura, (que por lo visto no iba a durar mucho).

Una gaviota se aventuró sobre aquel hombre que se había dado por vencido ante el primer desafío del camino.

-¡Que frustrante! -dejó escapar de sus agrietados labios.

Mientras pensaba que la vida simplemente era una ilusión de alternativas. Como en esos sueños en los que por más que corres no avanzas. O como esos niños que solía mirar en su infancia, tratando de ganar el premio en la cima de aquel tronco encebado, mientras irónicamente la gente reía y gritaba ante la desesperación reflejada en aquellos cuerpecitos hambrientos.

Talvez esa gaviota ermitaña, sería señal de tierra… o quizás ella también buscaba la muerte en un viaje que se suponía era de vida. (Se sabe que la única vez que una gaviota se aventura mar adentro es para morir).

-¡Que frustrante! –dijo de nuevo.

-Soy como esa gaviota.

-Y voy a morir; la vida es un engaño cruel.

-Sólo debo cerrar los ojos y dejar que el sueño me gane, la picazón del sol será minúscula y mi garganta se cerrará muy pronto –pensó.

Como si de engaños fueran la vida y la muerte. Algo quedó atrapado en el señuelo de su cuerda de pescar, esta se tensó cual hilo de vida. Joel se incorporó y haló con todas sus fuerzas. ¡Ziiip! ¡Juaaaz!

-¡Te tengo!

Pasar de morir en el intento a vivir en el mismo intento fue cuestión de tirar de una cuerda. Fue tomar en serio una oportunidad, más la oportunidad por si sola, no contaría si no se tiene la determinación. Joel había lanzado su cuerda sin esperanza, más como lo que se supone que uno debe hacer antes de morirse en medio del océano.

Pronto abrió el pescado, se bebió su sangre, le sacó las tripas y no pasó mucho tiempo antes que las atrevidas gaviotas se parasen una junto otra en el borde de aquella barca-ataúd.

-¡Ingenuas! –murmuró con más ánimos.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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